Compartimos este artículo, como ven a los inmigrantes sudamericanos.....
Los nuevos españoles
Vemos una invasión en los inmigrantes, cuando son la nueva
realidad de España. América Latina y su madre patria viven como dos
ilustres desconocidos.
03-01-2008 - Las naciones no son otra cosa que
actos de fe", escribe Borges en uno de sus ensayos. Aunque esta idea,
de entrada, suena a pura provocación, tiene un altísimo porcentaje de
verdad. La conclusión de esta línea borgiana es perfectamente
razonable: "Y así como ayer pensábamos en términos de Buenos Aires o de
tal o cual provincia, mañana pensaremos en términos de América y,
alguna vez, del género humano". El asunto es que por más razón que
tenga Borges, parece que el mundo y sus naciones van en sentido
contrario, y todos los días tenemos episodios que lo confirman, desde
los muros que dividen una nación de otra, y de paso las reconcentran,
hasta los aspavientos nacionalistas de la gente que se empeña en pensar
que el metro cuadrado donde, por puro azar, ha nacido, es mejor, y más
hermoso, que el metro cuadrado donde han nacido los demás.
El acto de fe que señala Borges es crucial, porque quien tiene fe
simplemente cree, cree a secas sin que intervengan demasiado ni la
observación ni la razón y esto, en un país como España que empieza a
enfrentarse a la inmigración masiva de personas con diversas
nacionalidades, resulta especialmente delicado. Para redondear la idea
de Borges echaré mano de otra idea que acabo de leer en Diario de un
mal año, de J. M. Coetzee, ese escritor misterioso y deslumbrante como
pocos. Coetzee nació en Ciudad del Cabo, en Suráfrica, y en una de las
páginas de este libro estupendo explica su relación con el metro
cuadrado de tierra donde nació: "La consideraba mi ciudad no sólo
porque hubiera nacido en ella, sino porque conocía su historia con
suficiente profundidad para ver su pasado en palimpsesto por debajo de
su presente. Sin embargo, para las bandas de jóvenes negros que hoy
merodean por sus calles en busca de acción es su ciudad y yo soy el
forastero".
Palimpsesto según el diccionario significa: "Pergamino manuscrito cuya
primera escritura ha sido borrada para escribir en él de nuevo". Mirar
en palimpsesto el pasado de una ciudad, o de un país, y mirar de la
misma forma su presente, con su consecuente previsión del futuro,
tendría que ser un deber ciudadano; porque sin esta visión integral, la
de la ciudad que primero fue habitada por unos, y luego por otros
distintos, lo que vemos en un fenómeno como el de la emigración es
simple y llanamente una invasión creciente e incontrolable, y no lo que
de verdad es: la nueva realidad de España. Sin ánimo de comparar la
realidad sudafricana con la española, el palimpsesto propuesto por
Coetzee nos viene como anillo al dedo; funciona muy bien, por ejemplo,
para comprender, en toda su magnitud, la gran oleada de
latinoamericanos queha llegado a España en los últimos tiempos. Si
pudiéramos mirar en cámara rápida (como esa película de Disney que en
unos cuantos segundos presenta el nacimiento, el desarrollo y la
decadencia de una flor) los flujos migratorios entre España y
Latinoamérica en los últimos cien años, veríamos una secuencia
perfectamente circular: una multitud que se desplaza hacia el otro lado
del mar y al cabo de unos años, que en esta película hipotética serían
unos segundos, otra multitud que regresa al punto de partida.
Si algún funcionario, también hipotético, hubiera vislumbrado hace un
par de décadas, esta secuencia perfectamente circular, habría podido
prever que toda esta gente no era una invasión, que más bien se trataba
de los nuevos habitantes de España, ni más ni menos; y con esa mirada
que propone Coetzee, hubiera implementado, desde entonces, un programa
para estimular la emigración desde aquel continente que es, en buena
medida, español, y un sistema para resolver, lo que de por sí está
pasando ahora, de forma más ordenada y armónica. Pero como aquel
funcionario nunca dijo esta boca es mía, o quizá nadie supo oírlo,
llegamos a estas alturas del siglo veintiuno con la iniciativa tardía
de otorgar la nacionalidad a aquellos nietos de españoles, nacidos en
América Latina, que la soliciten; una iniciativa justa y aplaudible,
pero que llega con retraso y, encima, parece fundamentada, más que en
el deseo de hacer justicia, en el susto que desde el 11-M provocan las
emigraciones menos afines a la forma de vida española.
Por estar reconcentrados, de un lado y otro del Atlántico, en ese "acto
de fe" que sugiere Borges, en esa concepción arcaica del país como un
terruño donde circulan exclusivamente nativos, se pasa por alto que
España se hizo imperio en Latinoamérica y que ésta aprendió de España
la lengua, la religión y una lista consistente de costumbres, virtudes
y manías. El continente y su madre patria viven como dos ilustres
desconocidos: España en Latinoamérica sigue siendo el país del
conquistador Hernán Cortés y Latinoamérica en España es una entelequia
que oscila entre Macondo y una película de Jorge Negrete, dos visiones
parciales y excéntricas que, por mencionar alguno de sus efectos,
provocan episodios de alcance planetario, como ese que protagonizaron
el presidente Chávez y el Rey, dos instituciones de otro tiempo que no
pueden más que enfrentarse y entrar en colisión.
La raíz de aquel episodio está en lo mucho que se ignoran las dos
partes: ¿a quién se le ocurre llevar al Rey de España a una cumbre
latinoamericana, a ese continente cuyo imaginario, hasta hoy, vive
perturbado por los fantasmas de la colonia? Esa interacción entre
España y Latinoamérica que, con muy contadas excepciones, no ha surgido
de manera espontánea, empezará ahora motivada por esa población
creciente de latinoamericanos que son ya parte sustancial de la nueva
configuración del país; de ahora en adelante no cabe otra mirada que la
del palimpsesto, no queda otro remedio; los hijos y los nietos de los
emigrantes ecuatorianos, por citar un contingente numeroso,
significativo y boyante, serán tan españoles como El Quijote y en unos
años comenzarán a gobernar municipios y ciudades, y antes de que
podamos comprobar que efectivamente "las naciones no son otra cosa que
actos de fe", el presidente de España no será ni andaluz, ni gallego,
ni vasco, ni catalán; será ecuatoriano.
Jordi Soler es escritor. El Pais
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