Querida Josefina:
A veces me pregunto porque suceden estas cosas en nuestra vida política, y
sobrevivimos a ella para contarlo, con tragedia o irinía.
A veces también me respondo, porque somos un país variopinto,
que ha hecho de la ironía su sobrevivencia y algunos momentos de su destino.
En verdad ya no me creo la falta de memoria, porque cinco años en nuestra
cotidianeidad es suficiente para olvidar un error, un mal amor, un dolor,
una pérdida, si queremos aprender de ella. Y vaya que perdimos con Fujimori y
su corte real.
Cada vez los sucesos me convencen que tenemos una relación sado masoquizta con
nuestras propias frustraciones hallando en este vínculo el estímulo para el
placer en medio del dolor y la negación de toda posibilidad de rehabilitación.
Toda posibilidad de superar errores, aberraciones y horrores de la política
que endosamos cual autómatas en trance cada cinco años, y hallamos solo en
ellos, los aciertos y desaciertos, como un tubo de escape para no sentir ni
asumir nuestra cuota de sentimiento de culpa, que nos permita aprehender y por
ende enmendar decisiones futuras erráticas.
Sí, sólo así es posible que Keiko, de ser la sucesora de la primera dama
defenestrada, en tal sentido, ensayista de madrastra con su madre, en una
relación perversa de involución de roles, que según Lacán nos coloca ante el
espanto, que no es otra cosa que la posibilidad de devorar al otro. Una
matricida simbólica, que hoy ha sido consagrada por el voto mayoritario en una
madre de la patria, por sólo por la voluntad no del 5% de los electores de su
lista, sino por la mayoría que la colocará en primer lugar si esto sucede
finalmente. Y en el voto seguramente cada uno se convenció de su inocencia, y
de su juvenil estoicismo ante la “desgracia paterna”, ante la imagen que los
medios de comunicación en su momento se encargó de mostrar “una inocente
princesa que por maldad del consejero/mago mintesinos, abandonara en la
orfandad su palacio, tan sólo cubierta de algunas pieles y tres cachorros los
únicos que quedaron para acompañarla en su destierro junto al recuerdo de los
fieles sirvientres que hicieron fila para darle un último adiós”.
Lo contrario, que es imaginar que aquellos que la eligieron se hubieran
detenido a pensar el nivel de su vinculación y responsabilidad con el régimen
de su padre sin duda hubieran coincidido con la reflexión de Narda cuando en
un artículo afirma que \"Durante un tiempo se quiso desvincular a Keiko de la
gestión de su padre, aun cuando actuó como primera dama, ¿Qué mas
identificación política puede mostrar quien defiende la legitimidad de un
régimen corrupto y violador de derechos humanos?”
Pero llegar a esta reflexión sin duda espanta, como espanta la idea de asumir
nuestra capacidad de permisividad, aguante y complicidad. Sea afirmando la
elección con un voto mas, o siendo un espectador/a pasiva, sin expresar lo que
en este momento se hace tardíamente tu con tu mensaje y yo con este ensayo, una
opinión crítica y de cuestionamiento, que por muy válida que sea, llego
tarde... en ese sentido.
Así que, creo no vale llorar sobre leche derramada, sino esforzarnos porque
esto no vuelva a ocurrir y hacernos cargo de ello, y si ocurre, exista un
deslinde explícito entre los/as responsables con la conciencia y los costos
claros en el caso de cada elector/a que decida hacerlo.
Un abrazo Catalina
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